La vida monástica

Por el progreso en la vida monástica y en la fe, dilatado el corazón, córrese con inenarrable dulzura de caridad, por el camino de los mandamientos de Dios (RB Pról. 49)

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Silencio

La vida de los monjes se desarrolla en un clima de silencio interior y exterior que favorece la vida de oración y comunicación con el Señor. El silencio permite a los monjes agudizar el oído del corazón y escuchar lo que a cada instante le dice el mismo Dios. No se trata de un silencio impuesto por pura observancia sino de una necesidad del monje para enriquecer su vida interior. Por tanto, hablamos de un silencio que da entre monjes que hablan, ríen, que cantan, que estudian, que leen, trabajan, y oran. Los momentos de silencio potencializan después el encuentro comunitario y personal entre los hermanos y el prójimo.

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Soledad

Una de las formas de la pobreza del monje es la misma soledad, a la cual se es llamado por vocación. Los Monjes vivimos en soledad, apartados del mundo, no por huir del mundo, sino para entrar en intima comunicación con Dios. Somos solitarios y solidarios a la vez; vivimos encerrados pero, no cerrados. Nuestra soledad, que implica una opción por el celibato, nos lleva a una intensa vida de comunión con todos los hermanos y con el prójimo, a la vez que, dejando de lado toda esterilidad aparente, nos hace fecundos engendradores de hijos en el espíritu.

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Oración

“Dichosos los que viven en tu casa alabandote siempre”. (Salmo 83,5)

Nuestro Padre S. Benito, divide la jornada monástica en “oración y trabajo”. La oración es un trabajo vocacional en el monje. Aparte de la oración litúrgico-comunitaria, el monje tiene grandes momentos de oración a solas con Dios, en la capilla o en lo secreto de su celda. Sin verdadera oración no se sostiene la vida monástica. Se ha dicho que el monje es aquel que día y noche platica con Dios, no ocupa la imaginación mas que en cosas de Dios y no posee nada sobre la tierra. Esa platica amorosa y silenciosa con Dios es lo que llamamos oración; oración que alimenta y complementa la oración comunitaria, el trabajo y la vida de relación entre los monjes. “Concluida la obra de Dios manténgase en el oratorio el silencio, por respeto al hermano que reza en privado con fervor de corazón”. (Regla de S. Benito, 52).

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Trabajo

Nuestro Padre S. Benito dice que la ociosidad es enemiga del alma, por eso han de ocuparse los hermanos a unas horas en el trabajo manual, y a otras en la lectura divina (cfr. RB. 48, 1). El trabajo como medio de sustento en el monasterio, es necesario y es signo de alabanza a Dios; nunca es una carga para el monje sino que es parte de su vocación de hombre y monje. “Cuando atraviesan áridos valles los convierten en oasis, como si la lluvia temprana los cubriera de bendiciones” (Sal. 83,7). El cultivo en pequeña escala, la artesanía tipicamente monástica (iconos, tejidos, pirograbados, tarjetas), el mantenimiento del monasterio, la cocina y jardinería, son manifestaciones de alabanza al Señor. Pero, el monje trabaja también su espíritu y se deja trabajar por el Espíritu a través de la “Lectio divina”, “lectura de Dios”, que es el alimento diario y permanente, propio de la vida del monje; alimento que va empapando de Dios al mismo monje y a su trabajo manual. Ambos trabajos, manual y espiritual-intelectual, no son dos cosas distintas sino dos facetas inseparables en la vida monástica.